¿Qué es el amor? ¿Encontrar la pareja de baile?

¿Qué es el amor? Creo que después de las preguntas “¿Dios existe?”, “¿Cuál es el propósito de la vida?” y “¿Qué es el alma?”, esa sería una de las preguntas más frecuentes formuladas por los humanos. Existen múltiples respuestas desde todas las ciencias, artes y disciplinas.

Yo también me he formulado esa pregunta varias veces a lo largo de mi existencia. ¿Qué es el amor? La primera vez fue cuando era preadolescente y en ese momento le encontré una respuesta romántica y emocional. Rodolfo Llinás define este tipo de amor en una entrevista que le dio a El Tiempo en febrero de 2011. Él explicó que ese amor “…es un estado funcional, como una golosina, y los enamorados son golosos (“que me ame, que me ame”). Eso hace que se sienta rico y que se activen los sistemas de gratificación; por eso gusta. Claro, eso es indistinto de lo que se ame o a quién se ame. Amar la plata o a alguien del mismo sexo es, funcionalmente, la misma vaina…”.

Durante mi adolescencia, me “engolosiné” con mi primer y segundo novio, por lo que siempre he dicho que mi primer novio nunca fue mi primer amor. Nunca lo sentí a él como mi primer amor, no me sentí enamorada. Desde esa época, sin tener claro el concepto en mi mente, sabía que eso no era amor. Siguiendo a Llinás, mi primer novio fue mi golosina, la golosina de mi cerebro reptil. Y así fue con el siguiente.

Yo ya estaba enamorada, platónicamente, de personas con las que mi cerebro danzaba, explicación que Rodolfo Llinás le da al amor y que abordaré en próximos párrafos. Me he enamorado y estoy enamorada platónicamente de seres excepcionales como Carl Sagan, José Saramago, Isabel Allende y Noam Chomsky. Son seres que con sus escritos, su forma de ver el mundo y sus conceptos hacen bailar a mis neuronas y también las hacen componer melodías que, cuando salen de mi cerebro, se convierten en libros y escritos.

Rodolfo Llinás tiene una explicación del amor con la que me identifico totalmente y que es maravillosa. Él dice que el amor es cerebral, que nos enamoramos del cerebro del otro, “porque con él (el cerebro) se interactúa y se avanza. Amar es cerebralmente un baile y hay que bailar con quien pueda danzar con el cerebro de uno. Amar es bailar, no hacer gimnasia. Encontrar eso es muy difícil; hallarlo es un tesoro”. También habla de algo que llama “amor eterno” y explica: “¿Y el amor eterno? Ese es de inteligentes, que estructuran y modulan los patrones de acción fijos sobre la base de ver al otro como la mano de uno; cuidarla es mi responsabilidad y viceversa. Saber que no habrá puñalada trapera es la norma. Amar es compromiso”.

Amar es de inteligentes, lo que explica por qué estoy eternamente enamorada de Carl Sagan. Pero esos amores son imposibles, etéreos y platónicos. Mi cerebro baila en soledad cuando leo a Sagan porque él definitivamente no está ni estará conmigo.

Yo comprendo el amor tal como lo explica Rodolfo Llinás y, por lo tanto, puedo decir con total convicción que nunca he amado a nadie. Me he engolosinado varias veces, con golosinas potentes que me han quebrado el corazón. En una ocasión, di unos pasos de baile con alguien durante un período de mi vida, pero al final no había sincronía en nuestra danza. No había ritmo, nos pisábamos y cada uno iba por su lado. Eso no fue danzar, fue un intento de baile, al final nos convertimos en golosinas adictivas.

A veces aparecen personas con las que nuestro cerebro da unos pasos de baile, de repente surge sincronía y conexión, y llegamos a pensar: “¿Será esa la persona dueña del cerebro con el que el mío va a danzar hasta que lo decidamos?” Entonces, sucede que mi cerebro primitivo, el que Llinás denomina “truhan”, se ilusiona, porque es innegable que, por momentos, mi cerebro siente ganas de bailar la vida acompañado. No estoy de acuerdo con buscar la pareja de baile, pienso que simplemente sucede, si tienes suerte, puedes tropezarte con esa persona en la vida.

Cuando tu cerebro danza con otro, muchísimas neuronas se activan al mismo tiempo, y entonces las millones de neuronas que se activan se convierten en una sinfónica que compone e interpreta la canción que se baila y también en la pista de baile.

Tu cerebro está más activo de lo normal cuando surge ese amor, cuando tus neuronas danzan con las de otra persona, porque ese otro hace que tu cerebro se ilumine, se active de una manera excepcional. Y si ese suceso se viera en imágenes, sería algo así como si tu cerebro se iluminara casi completamente. Llinás dice que el amor, este amor inteligente, como lo llamó él en una entrevista, no sucede en un punto específico del cerebro, ocurre en todo el cerebro. Muchísimas, millones de neuronas se activan dentro de nosotros.

Entonces, cuando compartes tiempo con tu pareja de baile, eres más inteligente, más consciente, más inquieto intelectualmente, porque ese amor produce eso, la interacción con esa persona te permite avanzar. Textualmente, lo dice Llinás, avanzar en todos los aspectos de tu vida.

Este amor te permite construir cosas juntos y avanzar como personas. Creo que es una dicha y un privilegio que alguien así llegue a tu vida. Pero es sumamente difícil, primero porque la mayoría de las personas no comprenden el amor de esa manera, y si la persona con la que estás no lo comprende así, simplemente es difícil que esa interacción se dé. Podría darse de manera espontánea, sin que el otro sepa que está sucediendo de ese modo.

Y entre más comprendes esto, se hace más difícil intentar lo que llaman amor, y tiendes a alejarte de aquellos que no están bajo tu misma melodía de pensamiento.

Mi cerebro ha danzado platónicamente con seres que, al leerlos, escucharlos y comprender su pensamiento, iluminan mi cerebro con una melodía única. A mi cerebro le atrae la imaginación y la creatividad, aquellos seres capaces de crear. También los sumamente inteligentes y racionales, aquellos que buscan el conocimiento, desaprender, aprender, romper patrones, comprender el mundo desde las visiones realistas, coherentes en sus pensamientos y actos, con la capacidad de ayudar y proteger al otro, con empatía y bondad.

Esa danza de cerebros debe permitirte e invitarte a ser siempre un niño, a nunca perder la curiosidad, a no perder la capacidad de asombro, el placer de descubrir, de desaprender y de construirte a ti mismo en compañía de ese otro. Por eso, ese tipo de amor no puede ser como una figura geométrica, tiene que ser expansivo y sin horizonte, tiene que ser un salón de baile infinito para danzar en todas las direcciones deseadas en conjunto.

Encontrar una persona que te invite a descubrir cosas nuevas en todos los sentidos, con la que puedas deconstruir patrones y construirte en compañía, es muy difícil. Una persona con la que puedas aprender a cambiar de opinión y ver el mundo desde otra perspectiva, compartir conocimiento, aprender entre ambos y aprender el uno del otro. Unir afinidades, pensamientos comunes y seguir avanzando juntos. Y ser tú mismo sin miedo.

Yo, por lo menos, hasta hoy no me he topado con alguien así. Recientemente, pensé que sí, precisamente ese cerebro con el que creí que podía danzar fue el que me mostró la explicación del amor de Rodolfo Llinás, el baile de los cerebros. Pero hoy, ya no estoy segura. Ya no lo sé. Cuando escribí esto en mi cuaderno, pensaba que sí, pero hoy que lo transcribí, no pude transcribir ese párrafo en el que decía que sí, porque ya no lo sé, al menos no con la misma seguridad que sentía días atrás. Y principalmente, porque no sé si es recíproco, no sé si esa persona alguna vez pensó que podíamos danzar juntos y no sé si lo piensa en la actualidad. Y eso me lleva al concepto que Llinás le da a eso que llamamos “amor eterno”.

Rodolfo Llinás define el “amor eterno” como un patrón de comportamiento basado en “responsabilidad, reflexión y retroalimentación”. Él agrega a esta definición el siguiente ejemplo: “no traicionar a la persona amada es un acto heroico, de inteligencia pura”. Yo agregaría otras cosas, como ser recíproco con ese otro con el que bailas, ser recíproco en acciones, interés y comunicación para lograr la retroalimentación a la que Llinás hace referencia. Es necesario que exista la reciprocidad para que se logre la retroalimentación de manera auténtica, honesta y real.

La retroalimentación es básicamente un proceso comunicativo. Sin ella, no hay comunicación. Si no hay retroalimentación entre dos personas, simplemente se da un intercambio inerte de información. Para construir cualquier tipo de relación humana exitosa, tiene que existir una comunicación estructurada, recíproca y retroalimentada. Sin eso, no hay nada.

Lo cierto es que esa persona que pensé que era el propietario del cerebro, posiblemente compañero de baile del mío, logró que mi cerebro danzara a distancia. Me leí tres libros nuevos gracias a él, descubrí música nueva y lo más importante es que me hizo cuestionarme aspectos importantes de mi vida. Generó una reflexión profunda en mí. No sé si lo hizo intencionalmente y de manera consciente, si quería lograr eso en mí, pero lo hizo.

Me auto-cuestioné, entré en una reflexión profunda y generó cambios positivos en mi vida. Me hizo avanzar. Eso cumple con la descripción del baile de cerebros de Rodolfo Llinás. Así que sí, hizo que mi cerebro danzara al lado del suyo. No sé si con el suyo como su pareja de baile momentánea, porque para que eso se dé tiene que ser recíproco, y no sé si lo fue o lo es.

Definitivamente, hace mucho tiempo decidí no tener más golosinas amorosas en mi vida. Mi cerebro solo baila en una pista de baile.

Rodolfo Llinás complementa esta definición de amor con una frase maravillosa en una entrevista que dio al diario El País en diciembre de 2019. Llinás cree que el amor surge cuando se busca el porqué de las cosas, “cuando encuentro las respuestas, amo más”. Él piensa que el conocimiento es un generador de amor. Para Llinás, el conocimiento y el amor están directamente relacionados. Y es cuando ocurre que cuanto más conoces a tu pareja de baile, más ganas tienes de bailar con ella. Tener la posibilidad de ver el mundo a través de sus ojos y comprender cómo se estructura su pensamiento es fascinante.

Esto me sucedía con la persona con la que pensé que podía bailar, cuando lo escuchaba y veía hablar, contarme cómo piensa el mundo y lo que opina sobre muchos temas, mi cerebro comenzaba a tener una banda sonora y como en un baile, los pies se movían solos al ritmo de la música que él componía cuando charlábamos. Eso lograba él con mis neuronas, que empezaran a moverse tímidamente al ritmo de sus ideas.

Ahora bien, respondiendo a la pregunta que titula este post, sí, pienso que el amor consiste en tropezar con una pareja de baile para que nuestros cerebros dancen juntos hasta que lo decidamos. En mi caso, espero que esa persona me encuentre a mí, porque yo no busco a nadie.

Entonces, te pregunto a ti que me lees, ¿quieres seguir comiendo golosinas? Porque es mejor encontrar una pareja de baile para esta cosa llamada vida. Puede ser una o varias parejas a lo largo de la sinfonía de nuestra existencia. Yo no quiero golosinas, quiero que mi cerebro baile.

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