El cuento de julio

Muerte súbita

La noche era fría y el cielo estaba repleto de estrellas. La luna iluminaba a medias las estrechas calles de la ciudad amurallada. Todo estaba en silencio y dormido.

De repente, la inmensa tranquilidad fue interrumpida alrededor de la medianoche por sonidos de cadenas y caballos, lamentos y pasos. En esos momentos, la noche se convirtió en cómplice del terror. Un viento frío entraba por los balcones y estremecía a los asustados durmientes.

A la mañana siguiente, la gente comentaba por las calles, en las esquinas y en las tiendas: “¿Escuchaste pasar el coche de la muerte anoche?” Eran los populares fantasmas del centro de la ciudad que hacían su aparición. Pero más allá de todas las historias de fantasmas y muertos, la realidad era otra.

Desde que comenzaron a construir las casas coloniales y republicanas en el centro, la asociación de balcones antiguos y nuevos de Cartagena de Indias, al ver el entorno mágico que los rodeaba, las murallas con sus trágicas historias y el mar con su embrujo, decidieron crear en la ciudad un ambiente de misterio lleno de fantasmas, demonios y duendes. Todo esto para darle un toque mágico a la ciudad.

Entonces, en las noches, los balcones creaban ruidos extraños en complicidad con la brisa del mar. Se escuchaban llantos, cadenas, pasos y gritos. Todos estos sonidos llegaban a los durmientes a través de los balcones de las casas.

Se decía que eran las ánimas que se quejaban o los esclavos arrastrando sus cadenas… Lo que nadie sabía era que los balcones eran los responsables de muchas de las historias del centro. Ellos alimentan la magia porque viven de ella.

Pero ahora la magia muere, ya la gente no cree en las historias de los muertos, los fantasmas no asustan a nadie, la gente ya no cree en la magia.

El centro de la ciudad se ha llenado de bullicio, restaurantes, bares, discotecas, borrachos, prostitutas, de gente, gente a toda hora. Los ruidos fantasmales producidos por los balcones se confunden entre el bullicio de la banalidad.

En la última reunión de la asociación de balcones, el tema principal fue la tristeza de todos los miembros. Se sentían viejos y olvidados, pensaban que ya no había embrujo en su ciudad, que la magia y el misterio estaban desapareciendo. Y ellos estaban pasando a ser algo más dentro de un entorno de recuerdos.

Por eso tomaron una decisión radical, decidieron desplomarse. ¡Sí, desplomarse! ¡Todos decidieron suicidarse!

Amanece, la gente se prepara para salir a trabajar y estudiar, todos salen temprano a sus labores cotidianas y el horror, la sorpresa, el llanto y hasta la risa invaden las calles del centro. “¡Se cayeron, se cayeron!”, grita un niño en la calle.

En la primera página del periódico, el gran titular es “Cartagena de Indias se ha quedado sin balcones”. En los noticieros hablan sobre lo ocurrido. Opinan arquitectos, restauradores, famosos, actores, cantantes y gente común.

En los noticieros extranjeros, el gran titular es “Catástrofe histórica: Cartagena de Indias se ha quedado sin balcones”. El alcalde, el gobernador, el presidente y el Nobel se pronuncian al respecto.

La gente especula en las calles: “Se cayeron por viejos”, “Qué tal si le hubieran caído a alguien encima”, “¿Qué pasa con el dinero de los impuestos que no se utiliza para restaurar nuestro patrimonio arquitectónico?”.

Para la prensa amarillista, es el boom del momento y se leen titulares como “Un ataque ovni con rayos extraterrestres tumbó todos los balcones del centro de Cartagena”.

Pero lo que la gente no sabe es que los balcones se cayeron de tristeza, porque la plaga del olvido los invadió. Los mató el escepticismo y la banalidad que se han apoderado de los corazones de los humanos.

Un ataque de depresión colectiva los llevó a un final inesperado. Los balcones decidieron desplomarse porque la gente ya no cree en la magia.

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