Mi mamá es mi persona favorita, no porque sea mi madre, sino porque es una persona que realmente admiro. Así yo no tuviera el privilegio de ser su hija y la vida me permitiera conocerla por otras circunstancias, la admiraría como lo hago ahora.
Su valentía para sobreponerse ante las situaciones difíciles es inspiradora, ella sigue adelante, aunque luche contra la corriente, aunque las posibilidades sean nulas, Zoe no se da por vencida. Me ha enseñado que la palabra imposible es una mentira, porque contra todo pronostico ella ha logrado cosas que otros consideraban “imposible”.
Ella, no solamente con su palabra, a través de su ejemplo me enseñó lo que significa tener criterio y coherencia de pensamiento. Zoe no se queda callada cuando existe una injusticia, ella no permite que nadie la censure. Levanta su voz con argumentos e ideas solidas. “No debes tener miedo a decir lo que piensas”, me ha dicho muchas veces. De ella aprendí que las ideas y los argumentos se convierten en acción cuando los expresas y que con ellos se puede generar cambio, un cambio que debe comenzar por ti mismo y luego regarse por todo aquel que te escuche, en mi caso, que me lea.
Tiene una fe inquebrantable, una fe que yo todavía no poseo. Por más oscuro que se vea el camino, ella lo ilumina con la luz de su fe, de la confianza que tiene de que todo va a estar mejor. Y definitivamente, gracias a esa fe a superado momentos difíciles, han sucedido milagros en su vida, de esos que aparecen en las películas.
Mi madre es la encarnación de la bondad, comprendo ese valor gracias a sus actos espontáneos de bondad que día a día hace. Ella es bondadosa de manera natural, no puedo contar las veces que mi mamá le ha tendido la mano a conocidos y desconocidos, con simples actos de bondad que se transforman en acciones gigantes. Y nunca se ha tomado una foto mientras ayuda alguien o se lo comenta a otro con orgullo, simplemente lo hace porque es lo correcto, porque ayudar a otro es nuestro deber.
No sé cuantos desayunos, almuerzos y cenas les ha dado a personas que ella ve en la calle y que no tenían con que comer, pero han sido muchísimos, es algo habitual en ella, invitarle el almuerzo a alguien que no tiene con qué. Ha donado tantas cosas. Zoe no tiene una fundación ni redes sociales donde poner en una selfi sus actos de bondad, no le interesa. Tampoco recoge billetes de un árbol para ayudar a los demás, lo ha hecho con lo mucho o poco que tiene.
Mi madre es mi persona favorita, no solo porque es mi progenitora, sino porque es una persona a la que realmente admiro. Si no hubiera tenido el privilegio de ser su hija y la vida me permitiera conocerla por otras circunstancias, la admiraría igualmente por sus cualidades y virtudes.
Su valentía para sobreponerse ante las situaciones difíciles es inspiradora. Ella sigue adelante aunque luche contra la corriente y las posibilidades sean nulas. Zoe no se da por vencida. Me ha enseñado que la palabra “imposible” es una mentira, porque contra todo pronóstico, ella ha logrado cosas que otros consideraban “imposibles”.
Además, mi madre no solo con sus palabras, sino también con su ejemplo, me ha enseñado lo que significa tener criterio y coherencia de pensamiento. Zoe no se calla ante la injusticia y no permite que nadie la censure. En cambio, levanta su voz con argumentos e ideas sólidas. Me ha dicho en numerosas ocasiones: “No tengas miedo a expresar lo que piensas”. De ella he aprendido que las ideas y los argumentos solo se convierten en acción cuando los expresamos y que, con ellos, podemos generar cambios positivos. Los cambios comienzan con uno mismo y se extienden a todos aquellos que nos escuchan o leen, en mi caso.
Mi madre es la encarnación de la bondad, y gracias a sus actos espontáneos de generosidad, he aprendido el valor de la bondad. La bondad es inherente a ella, y no puedo contar las veces que ha tendido la mano a conocidos y desconocidos con actos simples que se convierten en acciones gigantes. Nunca se toma una foto mientras ayuda a alguien, ni se lo cuenta a otros con orgullo. Simplemente lo hace porque es lo correcto, y porque ayudar a los demás es nuestro deber.
No sé cuántos desayunos, almuerzos y cenas ha ofrecido a personas que ella ve en la calle y que no tienen qué comer, pero han sido muchísimos. Invitar a alguien que no tiene qué comer es algo común para ella. Ha donado muchas cosas, y lo ha hecho con lo mucho o poco que tiene. Zoe no tiene una fundación ni redes sociales donde pueda tomar una selfie con sus actos de bondad, ya que eso no le interesa. Tampoco recoge billetes de un árbol para ayudar a los demás, sino que ayuda con lo que tiene. Ella es la personificación de la bondad.
Ella me enseñó que no debemos dar a los demás lo que nos sobra o lo que está dañado. No son mendigos, son personas que necesitan una mano amiga para levantarse de un momento difícil. Me dijo: “Diana, nadie vive en una burbuja, nadie está a salvo de las adversidades”, y con esas palabras mi madre me enseñó el significado de la empatía. También me enseñó que no debemos juzgar las circunstancias de los demás. Nada nos da derecho a criticar o suponer los motivos por los cuales las personas atraviesan por esas adversidades. Debemos ayudar desde la comprensión y el amor.
La alegría de mi madre es contagiosa, tiene la capacidad de hacerte sonreír incluso en los momentos más difíciles. Su buen humor ilumina mis días. Heredé mi creatividad de ella, ya que es tremendamente creativa. Zoe encuentra soluciones que sólo se le pueden ocurrir a ella y es capaz de ver las cosas desde perspectivas asombrosas. Escribe hermosa poesía, que sólo yo tengo el privilegio de leer. Adoro cuando me comparte sus escritos y me permite leerlos.
Mi madre es mi heroína, un ser humano fantástico, único y con unas capacidades increíbles de dar. Es completamente auténtica. Muchas veces he sentido que tengo un privilegio muy grande al ser su hija, casi que no lo merezco.