Hace unos días, alguien me escribió en Twitter preguntándome de dónde era porque había escuchado mi programa de radio y no pudo identificar mi nacionalidad. La persona que me escribió es mexicana. Esta ha sido una de las preguntas que más me han hecho a lo largo de mi vida porque mi voz no refleja de dónde soy.
Aunque soy de Cartagena, Colombia, nunca he tenido acento caribeño ni he utilizado muchas palabras típicas del Caribe colombiano. Esto se debe a que crecí en una familia donde nadie era del Caribe colombiano.
Para aquellos que me leen desde muchos lugares del mundo, les explico que no existe un acento colombiano. Mi país tiene muchas regiones, cada una con entonaciones y estilos diferentes al hablar. Cada región tiene un acento particular, algunos son más conocidos en el exterior que otros.
Una parte de mi familia paterna es bogotana, mientras que la otra parte es de Santander. Toda mi familia materna proviene de Caldas. La única generación que no es caldense es la mía, ya que todos mis antepasados maternos son originarios de Caldas. Esta mezcla de regiones hizo que no tuviera un acento definido, ya que en casa escuchaba diferentes entonaciones.
Así que crecí con un acento “de ninguna parte”, aunque quizás con una leve tendencia hacia el acento de Bogotá, ya que de niña solía pasar muchas vacaciones en la capital, casi que tres veces al año.
Cuando llegué a la universidad, mi profesor de radio se enamoró de mi voz con un acento regional ausente. Me dijo que, las mejores voces para la radio son aquellas que carecen de acento, es decir, las voces neutrales. A él le gustaba mi voz. Entonces, me aferré a esa idea y comencé a hacer ejercicios vocales para eliminar cualquier vestigio de acento regional o nacional de mi voz y así lograr un español neutral.
Me mandaba ejercicios y me evaluaba ese aspecto que no evaluaba a nadie más, pero a mí sí. Me bajaba puntos si se me notaba algún acento, pero no me subía puntos si lograba tener la voz completamente neutral, jajaja. Digamos que mi profesor de radio me exigía el doble o el triple a mí; yo lo sabía y estaba de acuerdo, quería aprender todo lo que pudiera.
No entré a estudiar comunicación social para hacer radio, pero cuando entré en una cabina de radio, me sentí como en casa. Me enamoré de la radio, no solo de la locución, sino de todo el universo radial.
Además, tenía una habilidad para la radio que era superior a la de todos mis compañeros de clase. Era evidente que les llevaba años luz de ventaja, disculpen la poca modestia, pero es la verdad, jajaja. Ya en el segundo semestre, trabajaba en la radio. A los 17 años, tuve un programa propio que dirigía, producía y locutaba yo sola. Era un programa de una hora que se emitía todos los martes y jueves, a las 7 pm. Me acompañaba en la locución una patrullera de la policía nacional.
La primera vez que me senté frente al micrófono en vivo, no sentí miedo, estaba feliz. Estaba en casa. Ese momento fue pura felicidad y cada vez que ingresaba a la cabina para un programa, mi alma se encendía.
Amo la radio con una pasión loca. Tenía mucho tiempo sin hacer radio, mucho, pero ahora volví a hacer radio y estoy tan feliz que no se pueden imaginar cuánto.
Varias cosas me alejaron de la radio, una de ellas fue la radio local, que es todo lo contrario a lo que debería ser, excepto por muy pocas y maravillosas excepciones. Me negué a trabajar en ese tipo de radio bajo las órdenes de mentes cuadriculadas, carentes de creatividad y devoradas por la monotonía.
En mi ciudad y en mi país, abundan esos dinosaurios aburridos que hacen una radio sin formatos. Una vez discutí fuertemente con un profesor de radio. Había que hacer un noticiero radial y debíamos entregar el guion y la propuesta en físico. Cuando lo leyó, me dijo unas palabras que nunca he olvidado: “Eso no lo puedes hacer, yo nunca he escuchado un programa así”. Le respondí: “Que usted no haya escuchado un programa así no significa que no sea posible hacerlo. No tengo la culpa de que su experiencia en programas radiales sea restringida”. Se enojó muchísimo y desde ese día nunca le caí bien, ni me saluda si se cruza conmigo. Han pasado muchos años desde entonces.
Hicimos nuestro noticiero y fue genial. Ojalá algún día pueda hacer el formato de noticiero radial que diseñé hace décadas.
Otra de las razones por las que me alejé de la radio es que empecé a trabajar en otras áreas que me fueron alejando de muchas cosas que amaba locamente y que archivé. Las metí en un baúl. Me pasó como dijo Julio Cortázar alguna vez:
“En el orden de las obligaciones, del trabajo, me hace bien estar sometido a ganar un sueldo (jamás decir, ni por distracción: “ganarme la vida”); la fatiga de ese trabajo impersonal lanza con más ganas a las lecturas, a un concierto, a una persecución ardiente.”
Me he dedicado a trabajos impersonales de mi profesión, a los que he puesto amor y entusiasmo, y de los cuales he obtenido resultados positivos, pero que jamás han encendido mi alma. Todo mi ser se convierte en un incendio forestal cuando escribo, hago radio y otras actividades que me apasionan.
La pandemia me ha traído cosas positivas, volví a mí, y de repente he vuelto a dedicarme de manera constante a todo lo que me apasiona. La radio ha vuelto a mi vida de manera sorpresiva, no la estaba buscando.
Cuando un mexicano me preguntó de dónde soy, me dije a mí misma: “parece que has logrado tener esa voz que suena a todas partes y a ninguna al mismo tiempo”. El mexicano no sabía de qué país soy, mi voz no le permitía adivinar mi nacionalidad. Tengo una voz neutral por la que trabajé cuando era estudiante de periodismo, aunque sinceramente siento que tengo un leve acento caribeño.
Veremos cómo me va en esta nueva aventura radial, encendiendo los motores radiales que tenía apagados, casi congelados.
Pueden escucharme en vivo todos los jueves a las 6 pm (hora de Colombia) en www.radioletrarium.com.
Y si quieres escuchar programas anteriores o no puedes escucharme en vivo, puedes encontrar mis programas en Spotify. Aquí te dejo el enlace.