Él

Me preguntaron insistentemente si no iba a escribir sobre el Día del Padre. Estuve evitando hacerlo porque no quería ponerme triste. Recordarlo un Día del Padre me entristece; lo extraño mucho. Siempre me dicen: “¿Por qué no escribes tanto sobre tu papá como lo haces sobre tu mamá?” Claro que he escrito sobre mi padre. Constantemente está presente en mis escritos, pero no he escrito algo específico sobre él, como sí lo hice sobre mi madre.

Escribir sobre el señor Pinto me duele. No es fácil para mí hacerlo. Lo extraño muchísimo y con cada palabra me convierto en una represa rota. Los recuerdos se transforman en agua y se me escapan por los ojos.

Mi papá fue un ser muy espiritual y místico. Vivía en constante proceso de tener una conciencia despierta. Era luz pura, cálida y acogedora. Estoy convencida de que, debido a su especial sensibilidad, él sabía que no iba a durar mucho en este mundo y que el tiempo que estaríamos juntos sería breve.

Por eso se encargó, desde que nací, de construir su recuerdo en mi vida con tantos detalles maravillosos e inolvidables, que durante mi vida me han permitido sentirlo siempre junto a mí, aunque no esté.

Tenía detalles tan únicos en mi vida que son imborrables. Aunque falleció cuando yo tenía ocho años, él está presente siempre en cada momento de mi existencia. No sé si todos los padres son así con sus hijas, pero para mí el mío es extraordinario. Y no lo escribo en pasado porque él fue, es y será una de las personas más importantes de mi vida.

Cuando se iba de viaje siempre me enviaba una postal con un hermoso mensaje de amor. A veces, las postales no decían mucho: “Te quiero”, “Te pienso”, “¡Pórtate bien!”. Me enviaba postales desde que nací, aunque sabía que era imposible que las recibiera y las leyera, ya que era una bebé recibiendo postales. Así viajara de Cartagena a Barranquilla y regresara el mismo día, me enviaba una postal desde Barranquilla, que me llegaba dos días después, cuando él ya estaba en casa. Ya cuando sabía leer, para mí era lo más emocionante del mundo recibir su postal, así viniera de Barranquilla. Mi padre tuvo un período de su vida que, por su trabajo, viajó por todo el mundo y vivió temporadas en otro país, lejos de mí. Así que tengo muchas postales enviadas por él desde muchos lugares del mundo.

Cuando lo extraño más de lo habitual o simplemente estoy triste, sólo tengo que ir a la caja donde guardo sus postales, escoger una al azar y leerla. Me alegra el día, me hace sonreír y todo se llena de luz. La explicación que yo le doy al detalle de sus postales es que su ser interior, sabiendo que se iba a ir pronto de mi vida, quiso crear en mí la sensación de que no se había ido, sino que simplemente estaba de viaje. Supongo que él pensó que las postales se iban a usar siempre.

Me escribía cartas; esa es una costumbre de ambos. Mi mamá también me escribe cartas. Todas a mano. Mi papá decía que cuando las escribes a mano, queda tu alma impregnada en cada palabra. El señor Pinto me dejaba de repente cartas en la mesita de noche, entre mis muñecas, sobre la almohada y también me las mandaba por correo. Llegaban al apartado aéreo, que eran unas cajitas dentro de unos lockers que se alquilaban y allí te llegaba la correspondencia. Dos veces por semana iba con mi mamá y allí usualmente encontraba una carta para mí de alguno de los dos.

En sus cartas, mi padre me contaba cuentos fantásticos, cosas de su trabajo, de su vida… En ocho años de nuestra vida juntos, tengo una centena de cartas y postales.

Todos los días, cuando llegaba del trabajo, a eso de las cinco de la tarde, me traía una Chocolatina Jet de las pequeñitas. Junto con ella, una pequeña nota con una linda frase que me dedicaba. Me decía “léela cuando estés sola”. Me comía la chocolatina y nos íbamos con mi hermano a buscar a mi mamá al trabajo.

Evidentemente adoro esas Chocolatinas Jet, me saben a cielo. Y cuando estoy desmotivada, me como una Jet, voy a la cajita donde guardo sus notas (yo las llamo notas empoderadoras), tomo una al azar y la leo. Enseguida me enfoco nuevamente, respiro y siento como si esa frase él me la susurrara al oído. Retomo mi norte, todo se vuelve luz nuevamente.

Durante ocho años, me dedicó canciones hermosas e inolvidables. Me despertaba con ellas, las cantábamos juntos mientras me alistaba para el colegio. A él le gustaba despertarme con música. Tenía un gusto musical exquisito, bueno, ambos, tanto mi madre como mi padre tienen un excelente gusto musical. Ellos son los culpables de mi pasión por la música y de que siempre esté buscando nuevos sonidos para endulzar mi mundo.

Despertarse con música es lo más genial del mundo. Que te la susurren al oído y cuando abras los ojos encuentres una sonrisa, es una sensación inolvidable.

Durante ocho años, me demostró de tantas maneras extraordinarias que me amó con todo su ser que hoy siento su amor presente en mi vida. Lo extraño tanto, tanto, tanto, que estas letras me duelen.

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