“Vivir no es otra cosa que arder en preguntas”, escribió Antonin Artaud ¿Cuántas veces he pensado en esa frase? Tratando de entenderla. Hurgando en su profundidad ¡Qué frase! Resuena en mi propia existencia. Artaud y su frase me persiguen. En ocasiones la siento como un espejo ¿Qué refleja? Mi constante búsqueda de respuestas en este laberinto, caótico pero hermoso, que se llama vida.
Artaud. Loco, esa etiqueta le colocaron. Lo encerraron por ser él. Antonin un lúcido absoluto. Para mí un genio atormentado por (¿de?) las letras. Por sus venas corría teatro ¿Las preguntas lo mantenían vivo? Una llama poderosa que no dejaba que su alma se apagara a pesar de la tortura que vivió. Las preguntas eran en su corazón como el Yanartaş el famoso Monte Quimera en Turquía, 2500 años encendido y hasta de faro sirve.
Pero ¿Fue eso? ¿Fue eso lo que quiso decir en realidad cuando escribió “Vivir no es otra cosa que arder en preguntas”? ¿Acaso vivir es una combustión? ¿Un incendio interminable de dudas? Y es buscar esas respuestas la leña que mantiene latiendo los corazones. Bueno, algunos corazones.
Arder en preguntas. Tres palabras. Solo tres. Que provocan en mi mente imágenes. Me veo ardiendo por dentro. En llamas, pero sin humo. Las llamas de la curiosidad. Esas producen cosquillas. Algunos somos hijos del fuego de la curiosidad. Esas llamas se encendieron desde que nací y nunca han dejado de arder, como el fuego del Monte Wingen en Australia. Surgió de manera natural, así como nace el fuego de la curiosidad. La ciencia dice que lo encendió un rayo ¿No es eso la curiosidad un rayo? Un rayo que cae sobre quien es elegido para arder por siempre. 6,000 años ardiendo ininterrumpidamente lleva Monte Wingen. La temperatura del fuego de la curiosidad es de 1,000∘C de preguntas. Esas son muchas preguntas haciendo cosquillas. Las llamas del Monte Wingen puede alcanzar los 1,000∘C de temperatura. Vaya que arden ambos fuegos.
Existe la llama de la inquietud. Esa es hija del fuego de la curiosidad. Las llamas de la inquietud evitan que las cosquillas de la llama de la curiosidad te consuman. El fuego de la inquietud con sus llamas son impulsores. Te impulsan a buscar las respuestas por la que ardes en preguntas.
—Son muchas preguntas haciendo cosquillas, así que ves a buscar las respuestas— Es lo que siempre susurra mi fuego interno de la inquietud.
Las llamas de la inquietud son necesidad intrínseca. Muy ardiente que no deja que me quede quieta. No me permite aceptar respuestas fáciles. Me empuja a seguir buscando y cuestionando. Entonces nacen más preguntas. El fuego interior se alimenta. Sigo ardiendo en preguntas. Pero también en respuestas. A veces tontas. Ambas. Preguntas y respuestas ¿O no hay tontas?
También existe el fuego de la pregunta, con sus llamas ¿El fuego de la pregunta? Si. Es complicado de explicar más no de entender. Lo comprenden quienes tienen ese fuego ardiendo dentro. Y también lo pueden entender quienes no arden, cuando este fuego es correctamente explicado. Lo intentaré.
El fuego de la pregunta. Con sus miles de llamas de preguntas ¿Quién inventó esa necesidad de certeza? ¿Quién nos dijo que hay que tener respuestas para vivir pleno? Debemos cultivar la aceptación de la incertidumbre. No como una resignación. Es comprender que dentro de la ecuación matemática de la vida, la incertidumbre nos abre un horizonte infinito.
Yo no necesito tener todas las respuestas, me atrevería a decir que Artaud tampoco. Si las tuviéramos no arderíamos en preguntas, y es ese arder el que me da vida. Los fuegos que me sostienen.
Las llamas son un proceso continuo de curiosidad e inquietud. Un ciclo del que nacen nuevas preguntas. Muchas ni siquiera necesitan respuesta. Solo se debe generar la pregunta. Arder en preguntas no busca un estado final de conocimiento.
Si llegase a obtener todas las respuestas y no hubiera mas preguntas: el fuego se apaga. Se me extingue la vida. Porque la búsqueda y la indagación son el propósito. La misión: encontrar el valor y el significado en el acto de cuestionar. Alimentar el cosquilleo. No desear la posesión de respuestas definitivas.
La vida es un proceso de arder. Somos fuego sin humo. Sin necesidad de un destino final de certezas.
“Vivir no es otra cosa que arder en preguntas”, esta afirmación es la fuerza motriz que impulsa a todo el que hace ciencia, arte, literatura, filosofía… para crear hay que arder en preguntas. Se explora, se descubre, se inventa, se piensa, se crea cuando se cuestiona.
A Camus le atribuyen la frase: “el hombre es el único ser que se niega a ser lo que es”. Entonces… ¿Somos nuestras preguntas? ¿O la ausencia de ellas? ¿Somos lo que buscamos?
A veces arder en preguntas no es agradable. La vida no es un tarro de arequipe*. Cuestionar:
Es incomodidad.
Es querer saber por qué.
Por qué todo.
Por qué siempre.
Por qué nunca.
Un permanente modo niño, pero a veces con crisis existencial.
Somos el ardor de la incertidumbre.
¿Estamos solos en esta búsqueda? Søren Kierkegaard habla de: “el salto de la fe”. Desmarcándolo de la esfera religiosa (difícil eso), “el salto de la fe” de Kierkegaard es una tarjeta de invitación para abrazar la paradoja y el absurdo. Arder en incertidumbre, comprendiendo que vivir lleva consigo la duda constante. Como un salto en la oscuridad de las preguntas hacia la luz de respuestas y más preguntas.
Hay un francés que, también manda una invitación para abrazar, en este caso la angustia de sabernos libres y responsables de elegir nuestras respuestas en el absurdo del mundo. Sí, las respuestas también se eligen. Ese francés fue Jean-Paul Sartre.
Curioso: Kierkegaard religioso hasta los huesos y Sartre ateo hasta la medula. Ambos en la misma búsqueda de preguntas y respuestas. Ambos ardiendo en preguntas.
“Lo importante es no dejar de hacerse preguntas“, es la invitación que nos lanzó Albert Einstein. El camino para descubrir los misterios del universo es la pregunta. Ese es el camino de Einstein.
“No busque ahora las respuestas que no se le pueden dar porque no las podría vivir. Y se trata precisamente de vivir todo. Viva ahora las preguntas”, escribió Rainer Maria Rilke en su libro Cartas a un joven poeta. Para Rilke las preguntas son más importantes que las respuestas. Muchas respuestas sólo se comprenden a través de la experiencia. Las preguntas son exploración.
Arder. En preguntas.
En preguntas nuevas que brotan como capullos dentro de las preguntas ya hechas.
En las que no tienen palabras todavía.
En aquellas que no te atreves a hacer en voz alta.
“Vivir no es otra cosa que arder en preguntas”.
No deseo dejar de arder.
¿Y las respuestas? El viaje. Yo no quiero vivir con respuestas recicladas. Ni mucho menos con certezas heredadas. Ni con respuestas que parecen recetas de cocina para preparar la vida. Me niego a la tiranía de las respuestas definitivas.
Abrazo la ambigüedad. Abrazo la paradoja. Abrazo la belleza de la incertidumbre. Esta existencia diversa y caótica.
PD:
* La mayoría de mis lectores son de España, México, Estados Unidos y Argentina. Les traduzco: Arequipe = dulce de leche.